La crónica menor: PENTECOSTÉS 2021, por Cardenal Baltazar Porras Cardozo
Pentecostés, cincuenta días después del domingo de pascua de resurrección. Fiesta judía para dar gracias por las primeras cosechas de primavera y para recordarla entrega de las tablas de la ley a Moisés. Fiesta cristiana que marca el inicio de la predicación de la causa de Jesús, cuando los apóstoles, temerosos y recogidos en una casa, con miedo de salir y ser juzgados por las autoridades judías como contrarios a la ley de Moisés, recibieron la fuerza del Espíritu Santo y se lanzaron a la calle a predicar el evangelio. Lo más curioso y significativo es que ante la presencia de tanta gente venida de diferentes lugares a la fiesta, “los oían hablar en su propia lengua”. Los apóstoles no se convirtieron en políglotas, sino que “sintonizaron” con la multitud plural. Es la fuerza de la fraternidad auténtica, del respeto al otro, de la oferta de un mensaje de salvación que produce alegría, esperanza y ganas de trabajar y servir a los demás.
En una sociedad triste y desesperanzada, como sin rumbo por la pandemia y la crisis social que nos sume en mayor pobreza, en un horizonte nada claro para el futuro inmediato, en el que crece la desconfianza porque no se ve oferta auténtica de superación de los males, tenemos el peligro de tirar la toalla. No hay nada que hacer. Tanto la vida cotidiana como la experiencia religiosa nos indican que eso no es verdad. ¿Cuántas dificultades se presentan a lo largo de la existencia y las superamos, con constancia, sacrificio y alegría? ¿No sentimos como creyentes que Dios nos abandona y le echamos la culpa de nuestros males? La historia, la de muchos y la nuestra, nos indican que solo la constancia, la permanencia en los valores superiores nos llevan a buen puerto. Como el que se pierde en medio de un desierto, si se sienta a llorar y no se mueve, no encontrará sino la muerte.
Necesitamos la fuerza, el huracán, el viento fuerte que viene de fuera, de lo alto, del mismísimo Dios, que nos dice, adelante, confía en mí, te doy la fuerza para que tu debilidad y fragilidad no naufraguen. Ese es el mensaje de Pentecostés para nosotros en medio de la múltiple pandemia que padecemos. En la historia venezolana, hace casi un siglo, se les ocurrió a los obispos decretar la fiesta de Pentecostés como día del Seminario. Lo hicieron porque entonces el número de sacerdotes criollos era exiguo y los seminarios o casas de formación se contaban con los dedos de una mano y sobraban dedos. ¿Qué pasó? Se pusieron a trabajar e impulsar el descubrimiento de la vocación cristiana de cada bautizado, y el que, algunos, optaran por ir más allá, a tomar el testigo y convertirse en pastores, por pura gracia, no por ser superiores o mejores.
El resultado, todavía insuficiente, está a la vista. El rostro mestizo y variopinto de nuestro clero es, en su mayoría nativo. Gracias al trabajo de muchos, a los misioneros venidos de otros lares a darlo todo por esta tierra. Bendito sea el Señor. Que Pentecostés sea el hálito oloroso a suave perfume que se convierta en bálsamo sanador para que contemos con pastores con olor a oveja, dispuestos a darlo todo por el bien de todos, sin distinción. Con San Agustín “No nos queda más que decir que el que ama tiene consigo al Espíritu Santo, y que teniéndole merece tenerle más abundantemente, y que teniéndole con mayor abundancia, es más intenso su amor”.
37.- 20-5-21 (3403)