Cardenal, Iglesia Católica, Pobres

La crónica menor: In memoriam Mons. Jesús Antonio Quintero Albornoz, por Cardenal Baltazar Porras Cardozo

In memoriam

MONS. JESÚS ANTONIO QUINTERO ALBORNOZ

 

Cardenal Baltazar Porras Cardozo

 

En la madrugada del domingo 17 de enero recibimos la triste noticia de la muerte por COVID, en Maracaibo, de nuestro compañero y hermano Mons. Quintero, digno y humilde sacerdote, modelo de entrega y servicio callado a todo el que lo conoció. Para el clero venezolano y en particular para el de Maracaibo y Mérida, un ejemplo a seguir.

Coincidimos en el Seminario Interdiocesano de Caracas, en el Menor y en el Mayor, cuando él llegó como seminarista de Maracaibo a continuar estudios en la capital. Lo llamábamos “el viejo Quintero” por simple comparación con los que éramos más muchachos que él. Su porte alto, de cara alargada, daba la impresión de que tenía muchos más años que los que aparentaba. Con el frío típico de aquellos años en el norte de Caracas, había que ponerse algo encima y él lucía un pequeño paltó o saco, que daba la impresión de ser mayor. La picardía normal de un internado le colocó otro apodo, “el viudo Quintero”. Se corrió la conseja de que había entrado al seminario porque había enviudado. Travesuras de juventud. Él no se molestaba sino que se reía, solo le disgustaba que hicieran juego con el nombre de su pueblo, Aricagua, cuando le decían que los originarios de allí había que decirles “aricag…”.

Estas anécdotas quieren mostrar la amistad que desde entonces se formó entre los que tuvimos la dicha de compartir la formación de los estrictos padres eudistas, lo que nos ayudó a forjar la personalidad sacerdotal. “El viejo Quintero” es de aquellos que no moja pero empapa. Su origen de los Pueblos del Sur merideño le confirió esa reciedumbre propia de sus moradores; hombres y mujeres que han configurado aquellos parajes con el esfuerzo y la creatividad de quienes han estado secularmente olvidados de las autoridades. En ello, los “curas camineros” fueron promotores de la evangelización acompañada de jornadas intensas para abrir caminos, obtener la luz eléctrica y los servicios básicos que les son negados por estar apartados en medio de las intrincadas montañas merideñas.

El Padre Quintero se distinguió por ser “todo terreno”. Trabajador silencioso pero tenaz en la predicación de la palabra de Dios, primero con su testimonio personal, que hizo en quienes lo trataron auténticos discípulos de Jesús. En Maracaibo hizo tienda y ocupó diversos cargos desde vicario cooperador hasta párroco, vicario general, asesor de movimientos, en particular del movimiento de Cursillos de Cristiandad. Nunca se olvidó de su tierra natal que visitaba cada año en las fiestas del Santo Cristo de Aricagua, devoción similar a la de La Grita. Descansaba pero a la vez ayudaba a los párrocos y atendía las cofradías y sociedades. Coincidimos muchas veces en esas visitas, desde los tiempos en los que llegar hasta Aricagua era una odisea por lo peligroso del camino. 90 kilómetros en ocho horas en aquellos jeeps que sobrepasaban cualquier obstáculo. Hoy día se tardan tres o cuatro horas, a la espera del encementado y corrección de algunos pasos y curvas regresivas.

Me complace ver en el chat de los sacerdotes merideños las expresiones de quienes lo conocieron. Unos, hijos de los pueblos del sur, otros que ejercieron el ministerio sacerdotal en esas parroquias. Una bella foto de la promoción de sacerdotes de 1965 del Interdiocesano, apadrinada por Mons. Luis Eduardo Henríquez, y la de su primera misa en Aricagua predicada por su compañero el Padre Víctor Manuel Angulo, son testimonios para la memoria de quienes han dejado estela de virtud y de bien. Que en la contemplación cara a cara del Santo Cristo y de la Chinita, Mons. Jesús Antonio interceda por todo el pueblo al que sirvió con amor y entrega. Descansa en paz, querido hermano.

18-1-21 (3751)